Un héroe para las ratas
Si realmente pudiera saber lo que otros piensan, esta vida sería un puto calvario. Recuerdo todas las veces que he juzgado a alquien como un verdadero capullo y luego termina siendo el mejor de los amigos. Al hijo del frutero siempre lo taché de subnormal cuando en realidad es un reputado cracker. Presume de poder entrar en cualquier máquina del mundo, sostiene que la seguridad es una ilusión y afirma sacando pecho que si le hinchan las narices joderá a todos los cabrones de este mundo y a su puta madre. Yo me hago el novato e intento no mirarle a los ojos. Es una forma de demostrar indiferencia, de querer pasar a otros asuntos. En realidad quiero que me diga lo que le ha parecido el concierto. No, espera, en realidad no quiero saberlo. Prefiero no notar su simétrica indiferencia por mis asuntos. Por mí, se puede guardar sus frases vacías que me sugieren frío, desnudos y madera chamuscada. Que le dén. A veces todo el mundo sabe que estoy en el camino equivocado. Seguramente, pero es solo un jodido camino igual que cualquier otro, y no pienso cambiar. De repente me dan ganas de no volver a hablarle en la vida, de ignorarle la próxima vez que me hable, como cuando reconoces a alguien pero te tiras un buen raoto mirando hacia otro lado para no saludarle, sin saber por qué te invade ese miedo a comunicarte. Pero no me juzgues, porque tú harías lo mismo. Y él también. Igual de simple, igual de humano. Como un héroe para las ratas.